lunes, 7 de marzo de 2011

Buceando...

Imagino, imagino, imagino otras épocas, otras vidas. Tu que te cuelas entre recuerdos perdidos tras la muerte y que atraviesas las barreras del mismo tiempo y del espacio y de la nada.Tu, espartana que levantas a tu familia sola, preservando el honor de un marido caido por defenderos, un soldado que te adoraba más que la sangre que corría por sus venas, una digna compañera de batallas que juró no olvidar nunca y no lo hizo. Eterno.
Te disfrazas también de sacerdotisa poderosa, busca el hueco perfecto para hacerte señora de mi cama y convertir al soldado en una niña pequeña y temorosa que solo confia en tus ojos y en tus manos para recorrer el camino que una Diosa con forma de estrella eligió para ella. Me quemas y te quemo y siempre eres mi perdición, famosa, brillante. Eterna.
Mil momentos a los que no sabemos poner nombres, incluso en nuestro propio pais, a las faldas de un Mediterraneo que siempre nos reclama. Adoras a la diosa de fertilidad y yo, defiendo tu fe, con mi propia vida, con mi propia sangre y con la fuerza que le dan a mis manos tu amor, Altea. Siempre eterna.
Y la joya de la corona, la reina, la más profunda historia de amor que nos define y nos acompaña. Un sueño dulce y tierno que se transformó en pesadilla cuando te perdí. Que esta vez me tocó a mi decirte adios, soltar tus manos y dejarte ir, para que me enseñaras el dolor de una muerte prematura que me robó la cordura, que hizo enloquecer y volver la tierra en fuego, mi niña de aire, mi espiritu eterno, mi piedra viviente.El pilar de mis vidas.
Recorro mi Axis Mundi, para buscarte entre mis recuerdos, compañera, por tantas vidas caminando a la par, saltando baches y fosas y tu, que piensas a veces que eres una opción cuando no hay opciones entre tu y yo, cuando eres la única que consigue que un dia gris tenga sol y que un papel en blanco tenga letras.
Te amo.

jueves, 3 de marzo de 2011

Aquella tarde fué eterna. El pasillo franqueado por retratos antiguos de todos los familiares de los que tenían rastro acompañaba sus pasos. El suelo de moqueta gris amortiguaba los golpes de zapatos que marcaban el compás de sus pasos. Una vez, otra vez, asi como si de una danza se tratase. Con la mano apoyada en la barbilla y la otra en la pipa, repitiendo el movimiento una y otra vez. Era incapaz de aguantar los nervios. A media tarde, presa casi de un ataque de locura viendo como el reloj le había echado un pulso al tiempo, decidió salir a montar a caballo. Akiles, su fiel caballo español negro se había portado como un campeón, cabalgando al trote durante casi 1 hora y media. Aquella sensación de velocidad le daba fuerza sobre el tiempo. Aquel paso firme y bravo de su compañero de caminos lo hacía a el mismo volar sobre las manecillas de un reloj que se retrasaba demasiado. Tan relativo el tiempo y los humanos tan dispuestos siempre a medirlo. Pero volvamos al pasillo. Aquel que lo atrapaba ahora y lo asfixiaba. Las maderas de la casa, antigua como el viejo Londres que ocupaba rechinaban su paseo igual que una melodía siniestra. Dos ojos color mar, color Egeo inundaban ahora sus pensamientos.
-Pequeña-murmuraba casi para si.
Tres pasos más. Uno, dos y tres.
-Pequeña mía....
Recordo aquel viejo colgante, con forma de estrella que le había regalado. Como un loco fue a buscarlo a uno de los cajones de su escritorio, rezando porque su madre no lo hubiera cambiado de lugar. Se sorprendió a si mismo buscando a dios pero por ella cualquier paso era válido.
-Aqui está!-Lo tomó estrechandolo en sus manos, sentado en aquella cama que tantas veces había compartido con la niña más bonita que habían tocado sus manos jamás. Recordo aquellas manos pequeñas y poderosas desabrochandolo de su pequeño cuello, para ponerlo en el suyo. Delicadamente, como todo lo que hacía Galena.

Un milagro hizo que las lágrimas que estaba a punto de soltar al mundo se transformaran en el ruido de caballos aparcando en la puerta. Aquella campana sonó en sus oidos como un coro de angeles celestiales. Incluso el aire cambió de densidad.

Trotó como Akiles hace unas horas por el campo y saltó las escaleras que separaban las habitaciones del Hall de tres en tres, esquivo a su ama de llaves, Mary, que lo miraba con ojos asustados meneando la cabeza de esa forma que solo pueden permitirse hacer las mujeres de cierta edad con mucho mundo y muchos consejos que dar. Por fin, alcanzó la puerta. Abrió el pomo. Tres hombres del gobierno, con un indulto. Un indulto que salvaría ni más ni menos que a 3 personas, entre ellas el mismo. La imagen era casi cómica. James era conocido en toda la ciudad por ser uno de los hijos de los hombres más ricos de la época. De comportamiento intachable, con algun que otro escarceo amoroso y algunas apariciones en público con una señorita que parecía una dama desconocida en la alta sociedad británica. Aquel perfecto hijo adoptivo de Inglaterra, había abierto la puerta con cara de loco esquizofrénico y con una sonrisa de oreja a oreja. Ni siquiera pensó en que debería firmar un papel, cogiendo el sobre y cerrando la puerta en las narices de los funcionarios que esperaban en la puerta su garabato atestiguando asi la entrega.

-Galena! Preciosa! Eres libre!

Din Don. James de nuevo abre  la puerta, firma el recibo de entregado y cierra sin decir ni media palabra. Galena lleva presa 23 dias. Su salud no daría para mucho más. Prepara el carro con los dos mejores caballos de su finca, dos pura sangre que costarón más que toda su estancia en la universidad de Oxford. El carro de caballos de siempre, el de la tapicería hortera que tanto la hace reir. De por el fuera, la buscaría a caballo como un principe de cuento que va a rescatar a su princesa. Pero no está muy seguro de que su niña pudiera aguantar la vuelta. Asi que mejor que vaya recogida y caliente en el trayecto.

La agonía del trayecto se le atasca en la garganta. Las ruedas repican en el suelo londines recordandole lo mucho que odia aquel pais siempre amargo y siempre triste y como echa de menos el Egeo y sus gentes, donde un trato asi es tan impensable. Alli aún no se le tiene miedo a las antiguas enseñanzas. ¿Que más daba eso ahora? De nuevo enciende la pipa y cuenta en minutos lo que le queda para llegar al condado donde la mujer de su vida espera, sin saber que va.

Un viejo castillo se ve a las afueras de una pequeña población, el conductor del carro Tomas, indica al señor por la ventana que estan a punto de llegar, tras más de una hora de recorrido.
-¿Desea el señor que lo espere aqui en la puerta?
-Si Tomas, esperame en la puerta y por favor preguntale a las gentes del pueblo donde está el médico más cercano, vamos a necesitarlo.
Tomas que no sabe tan siquiera porque estan alli, hace lo propio. James salta del carro y corre hasta que el corazón le pincha en el pecho y llega a la puerta. Con el papel en mano. Con el corazón en la mano también.
-Abrid la puerta, sentencia!
-¿Quien lo manda?- grita un viejo cura, de aspecto frio y hostil.
-Sir James McDouglas, Lord de Inglaterra, traigo un indulto para Lucy Stonefield.
La puerta chirría y suena a victoria. Suena a batalla ganada -Esta vez no, pequeña, esta vez no van a poder con nosotros, aguanta un poco más- dice para si.
-¿Donde está? le grita al cura, nervioso, con aires de superioridad, controlando el fuego que nota como sube por los pies y derrite la tierra que tanto trabajo le costó dominar.
-¿Me da la documentación?
James se la estampa en la cara, practicamente.
-¿Donde está?-pregunta en modo inquisitorio.
El cura respira hondo. Mira hacia otro lado, buscando palabras que a James le sobran. Siente que está a punto de reventar, siente que si ese barril de cerveza y vino no le dice donde esta Galena no tendrá oportunidad de decir nada más en su misera vida. Pero aún asi se contiene, dejandolo hablar.
-Señor Douglas, acabo de pasar por la celda de esta chica. No, no está bien...
No pudo terminar la frase, James le quitó el papel y lo estampó contra la pared. Cogiendolo de la sotana y levantandolo en el aire como si se tratase de un penacho de nada, sin peso más que el de sus mentiras.
-Padre...padre ¿Como se llama usted Padre?, da igual, su nombre no importa. No he preguntado como está he preguntado ¿Donde está? Y tenga usted por bien entender que si Lucy no sale con vida de estan Santa Institución, usted, señor poseedor de la verdad se encontrará muy pronto con su redentor.
Ahogado por el puño de James y la presión que este ejercía contra la pared balbuceo de casi sin respirar.
-Adhhgl foojjdo deh l l a sala deh ljjj aj virjjeeh.
James lo soltó sin mostrar un minimo arrepentimiento por su conducta.
-Carcelero! Carcelero! Fue llamando a voces mientras llegaba a la sala de la Virgen María. Limpia de pecado, pensaba para si. Y sus ojos de nuevo clavandose desde arriba.
-Un personaje digno de cuento de Dickens apareció por el fondo del pasillo. Mientras se escuchaba al cura al fondo del pasillo, gritar a voces, que abriera la puerta con premura.

Desde fuera ni siquiera se la distinguía. 23 dias habian hecho que su cuerpo quedara reducido a la nada aunque seguía manteniendo los dulces rasgos de su cara. El suelo estaba encharcado y el hielo de algunas zonas congelo el corazón de James que luchaba por mantener la calma y no quemar aquel maldito lugar.
-Largo de aqui, hijos de....-ordenó al cura y al carcelero que miraban desde fuera.
Se quito la capa, la capa negra que tantas veces había servido de lecho para ellos en aquellas tardes de Agosto en Hyde Park.  Los dos espectadores, miraban asustados desde atras.
-Largo de aqui, no teneis derecho a volver mirarla tan siquiera, mal...
Cuando echo la capa sobre su cuerpo, aquel vestido de gasa se percató de que no respiraba. O al menos no movía ni uno de los músculos que cumplían esa función. Y de repente el tiempo se paró. Y todo dejo de tener sentido. Y James gritó tanto que helo las almas de todos los presentes, incluso la del carcelero de novela de terror que miraba atónito a un hombre a punto de convertirse en un monstruo.
-No! Cariño! No! Princesa! No!-decía aún sin llorar mientras la envolvía en su manta de lana de oveja. Lucy, no reaccionaba. Permanecia inerte como una muñeca sin vida, acurrucada entre los brazos de su hombre que gritaba desesperado pidiendo su vuelta.
-No me hagas esto princesa, no...- termino de susurrar en su oido, besando la parte de la cara que tanto le gustaba. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin casi darse cuenta. La tierra por fin era regada por el agua después de tanto tiempo. El fuego estaba apagado, solo había agua. Todo el agua que se había llevado Galena con sus ojos de mar, al cerrarlos.
Tapo su rostro con la capa y la elevó sin esfuerzo, la cargo como en los cuentos, la sacaría de alli y la enterraría en el panteón familiar, la velaría cada día de su vida. Las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos, ni siquiera quería gritar. Ni siquiera quería matar. Con ella muerta nada tenía sentido. Tanta magia para nada. Tanto poder para nada. Y alli el mago, el señor, se sentía más impotente que nunca ante un giro que no esperaba. Un guiño de la parca que le dejaba sin futuro y sin nada en lo que creer.
El primer paso fue dificil de dar, asumir que Galena estaba muerta sería muy distinto. Cuando, sucedió el milagro. Una brazo fragil, de piel nivea como las nubes en un cielo azul resurgió de la capa para acariciar la cara de James mojada por las lágrimas. James sintió la mano pensando que la pena estaba haciendolo delirar. Entonces la escuchó, dentro de su capa, como si fuera un bebe llorando tras nacer. Llorar. Bajo la tela y vió los ojos más bonitos que ha visto nunca.
-¿De verdad has venido a por mi? ¿De verdad eres tu?-susurraba incredula Galena creyendo haber muerto y estar en los campos Elisios de su padre.
James sonrió, rio a carcajadas. La apretó contra si, con cuidado de no dañarla y la beso. Y volvió a llorar esta vez de felicidad, sintiendo la sangre latir por el cuerpo que ahora tenía entre sus brazos. Lloró como un niño, cuando las manos frágiles y fuertes de su mujer acariciaban su rostro mientras le agradecía su rescate. La miraba embelesado sin dejar de sujetarla. Y sin parar de andar. Salir de alli era su máxima prioridad. Ya vendría más tarde a ajustar cuentas por todo el infierno que Galena hubiera sufrido alli dentro, pero ahora la prioridad era la preciosidad de ojos de mar que llevaba en brazos.
Tomas siempre fiel a su señor, había conseguido no solo la dirección si no un médico esperando dentro del coche de caballos. Galena no sabía a donde iban, no le importaba. El hambre había nublado sus sentidos hace ya más de 10 dias. Pensaba estupida que debía parecer un esqueleto andante y que no era forma de presentarse ante Cloud. Tocó su tripa. Helena seguía ahí dentro. Aún no se movía pero seguía viva, sus facultades psiquicas se lo confirmaban, la energía de su hija la mantenía a ella misma con vida pues tenía que nacer. Claro que tenía que nacer, era fruto del amor más puro y limpio que ha creado la historia de la humanidad. James la colocó suavemente en el carro de caballos de siempre. Si hubiera tenido fuerzas para hablar habría bromeado acerca de lo poco que le gustaba a su madre que montaran en ese carro. El médico atendió a Galena, James mandó a Tomas a comprar algo de comida caliente al primer pub de la esquina. Tomas cumplió su deber y trajo algo de leche caliente y un gran pedazo de pan recien sacado de un horno cercano con algo de queso. Galena, devoró la comida haciendo caso omiso a sus modales. Y James, o Cloud, su Cloud la miraba aun llorando por cada uno de los soplos de vida que nacían en su pecho. Cuando el médico se fue, dió orden al cochero de ir a su casa.

Se sentó en el sillón y acomodó a Galena entre sus brazos, besandola dulcemente, tarareando alguna canción en el oido, dejando que sus lágrimas bañaran todos los dias de sufrimiento que había pasado en aquel calabozo. La encerró entre sus brazos y su pecho, formando una coraza indestructible que nunca debería haberse roto, ni debería haber fallado. Sus manos se cruzaban y Galena, no quería abrir los ojos por miedo a despertar.
El coche paró. Y Cloud la tomo de nuevo en brazos, Galena dormía. El médico había dado esperanzas muy buenas, solo estaba desnutrida, tenía que dormir y comer y cuidar de ella. Que no pasara frío, imprescindible. Era realmente un milagro que Galena no estuviera muerta, con todos los problemas de salud que tenía. La cargó en brazos sin esfuerzo, haciendo de sus manos una cuna, una cama, un capazo, donde nada ni nadie podría tocarla.
El ama de llaves abrió la puerta y doce médicos y enfermeras estaban esperandolos. Sus padres, al lado de la escalera los recibían con todos los honores prestados. Una de las criadas empezó a aplaudir, cuando la puerta se cerró tras ellos.
James miró a su madre. Sin soltar a Galena ni un solo minuto.
-Mamá, esta viva. Está viva. Mamá, gracias.
La madre lo miró con dulzura. Asintiendo con la cabeza en señal de aprobación y sonriendole con cariño.
-Hijo, subela arriba. Nadie os molestará más. La cama está vestida con las mejores ropas y ahora mismo os suben miel y leche caliente- dijo mirando al padre esperando su aprobación.
-Esta todo dispuesto hijo mio. sube con tu mujer y cuidala.

Galena, la amarga Galena, volvia a llorar en los brazos de su marido otra vez, aquello si que era un sueño. Los señores Douglas aprobando su relación -¿De verdad estaban en casa de James?- pensaba para si misma. Debía estar muriendose y todo aquello ser producto de su mente moribunda que la engañaba para que el paso a la otra vida fuera más fácil.

Cloud, cargó con ella, la pusó sobre la cama con una dulzura extrema. Echo las cortinas y encendió velas para dar algo de luz. La cocinera trajo leche caliente y miel que Galena tomó con agrado. Ninguno de los dos hablaba, solo se miraban. Y lloraban y se tocaban. Como si no se creyeran la dicha de tenerse otra vez. Habian sido 23 dias muy largos y 23 noches descendiendo a los infiernos de la Kore para ahora saborear el cálido regreso a los brazos de Demeter. Cloud mismo la ayudo a asearse, le dió uno de los mejores camisones de su madre y se tumbó con ella en la cama, con la boca en el oido de su chica, respirando despacio y saboreando su olor. Olor a vida. Olor a piedra, olor a amor.
-Galena, te amo.
-Cloud. me too.